Había una vez
En el reino mágico de Andalasia vivía una princesa, llamada Giselle, que soñaba con encontrar a su príncipe azul. Ella, efectivamente lo encuentra tras el ataque de un ogro y ambos deciden contraer matrimonio al siguiente día. Pero la reina, que resulta ser la madre del príncipe Edward manda a Giselle a Nueva York. Después de varias desventuras, Giselle se encontrá con Robert, un abogado que tiene sus propios problemas. Pero ambos lograrán resolver sus respectivas vidas personales y, al darse cuenta que están enamorados, Giselle decidirá quedarse en Nueva York viviendo con Robert y su pequeña hija Morgan.
¿Felices para siempre?
Desencantada nos explica que si hay algo, una historia después del felices para siempre. El lapso del tiempo cambia todo. Morgan creció y ahora es una adolescente resentida queriendo vivir una vida independiente y a su estilo. Ahora, la familia también creció y Morgan ahora es una hermana mayor, la pequeña Sofía ahora es parte de la familia.
Giselle sabe que su vida no era como en Andalasia y aún le da nostalgia esa vida de cuento de hadas, por lo que decide mudarse, junto con su familia a Monroville, un pueblito encantador donde ninguno de los tres empieza con el pie derecho. Robert debe viajar en tren al trabajo: la relación de Giselle y Morgan no va bien ya que Morgan desea independencia y desea regresar a Nueva York y Giselle desee ayudarle a su hija a poder adaptarse, lo que único que logra es que haya una discusión donde Morgan llama a Giselle madrastra, lo que la ofende pues en los cuentos son las villanas.
Al mismo tiempo Edward y Nancy llegan a visitar a la familia por medio de un pozo. Ellos le regalan a Giselle una varita mágtica que puede conceder deseos. Cuando todo va mal, Giselle utilizará esta varita para arreglar la vida de todos, pero este deseo tiene consecuencias que tendrá arreglar antes de que sean permanentes.
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